España afronta sus límites de expresión

Muchas veces es posible preguntarse hasta qué punto en España existe la llamada “libertad de expresión”. Si nos remontamos al siglo XX, ya por aquella época existía una intencionalidad de censurar el Periodismo, una profesión que desde su comienzo ha sido etiquetada como amenaza por los grandes poderes, los cuales podían salir fácilmente perjudicados si los medios de información existentes mostraban aquella realidad que se ocultaba tras el telón. A día de hoy, la situación no es demasiado distinta. Muchos periodistas se han vendido a su medio de comunicación ya que se ven obligados a conservar una ideología en la que ni ellos mismos creen o por la que se sienten representados. Con frecuencia, es incluso la precariedad de esta profesión lo que incita a que muchos de ellos no cumplan su función ética por miedo a las consecuencias que puedan suponer desviarse de una línea. No obstante, este derecho a la libertad de expresión traspasa incluso las fronteras de los periodistas para hacerse hueco en una sociedad que parece no tener ni voz ni voto. Pero, si no existe un servicio a la ciudadanía con información veraz y de calidad, ¿cómo se pretende vivir en una auténtica democracia? Y es que la Ley Mordaza es el claro ejemplo del gran retroceso que ha sufrido España desde que en 2015 se impuso esta aprobación, pues representa en su mayor esplendor la autocensura y la desmovilización ciudadana a pesar de ser derechos fundamentales. Esta situación se asemeja en gran medida al término de “censura invisible” porque, aunque no se vea, aunque la libertad de expresión ampare dentro de la propia Constitución, sigue más presente que nunca.

La belleza imposible para los mortales

No es sorpresa para nadie que la sociedad aún dependa de los cánones de belleza. Aunque el ideal está en constante evolución, desde la Antigua Grecia existe la necesidad de adaptarse a lo estéticamente establecido, aquello que es considerado como “normativo” para el ojo crítico de toda una cultura. Vivir en el siglo XXI supone, en muchos de los casos, adaptarse a un modelo estético muy cuidado en el que se maltrata la propia salud por cumplir con unas expectativas sociales. A pesar de todas las consecuencias que puede conllevar adaptarse a ello, aún hay personas que enfocan su vida a ese engranaje creado por la sociedad y que son incapaces de vivir al margen del concepto de superficialidad. No obstante, el continuo crecimiento de las redes sociales ha generado, asimismo, un gran impacto sobre los complejos personales pues, se trata del medio idóneo por el que reivindicar unos cuerpos perfectos y, al mismo tiempo, pronunciar esas inseguridades creando falsos mitos con respecto a la apariencia física. Aunque hemos ido avanzando en sociedad, persiste un pensamiento arcaico vinculado al sistema patriarcal, donde la mujer es vista como un objeto al que sexualizar. Esta idea, a menudo, provoca que la mujer esté sometida no solo a una competición constante contra otras mujeres, sino a la misma satisfacción de la mirada masculina. La perseverante búsqueda de la sociedad por alcanzar la perfección se representa a través de esta imagen, consiguiendo que la modelo encarne un sufrimiento desmesurado por perseguir el prototipo de belleza en cuestión y el que queda fuera de sus límites. La televisión actúa como un objeto físico que mide las dificultades del querer y no poder, pues en pantalla aparece la mismísima Gigi Hadid, una modelo que naturalmente cumple con los cánones impuestos por la sociedad, y que muchas mujeres desean imitar.

Acoso escolar: cómo detectar si un niño sufre ‘cyberbullying’ en el confinamiento

Con la llegada de las nuevas tecnologías y su uso cada vez más precoz entre los niños, el ciberbullying se convierte en la nueva herramienta de los acosadores para atentar contra sus víctimas. Consiste en una relación de poder ahora más palpable que nunca con la legitimidad de los mensajes de texto. Sin embargo, poco antes del impacto que supuso Internet, los niños solían escudarse de este suplicio resguardándose en su zona de confort una vez salían de clase. Pero en la actualidad, este ciberbullying se desplaza desde las aulas para hacerse hueco en las pantallas de los teléfonos móviles, donde es mucho más difícil pasar desapercibido. Esta nueva forma de acoso puede llegar a ser muy peligrosa, teniendo en cuenta que atenta contra la privacidad de los jóvenes de hoy en día, quienes muchos de ellos prefieren el silencio a contar su realidad por temor a las posibles represalias. La pandemia, de la mano de la tecnología, ha sido la gran catalizadora del bullying, ya que a raíz de las redes sociales se ha propiciado un uso inadecuado de las mismas, provocando que muchos alumnos de edades diferentes sean víctimas de la difusión de imágenes explícitas no deseadas, la creación de grupos de WhatsApp con la única función de atosigar a la víctima, y la ridiculización hacia el acosado a través de propagación de bulos. Por lo que, una vez más, este mensaje se personifica en la penumbra de la modelo, quien reúne el dolor que puede experimentar cualquier persona que sufre este tipo de acoso por compañeros propiamente de su entorno escolar. En este caso, la modelo representa, a través de su expresividad, como una víctima puede ser tachada de una innumerable lista de descalificativos que pueden llevar no solo al aislamiento, sino a la depresión o, incluso, a la autolesión; una realidad que adquiere aún más visibilidad a través de esta fotografía.

Ayuno informativo

El virus llegó cuando nadie lo esperaba, sin previo aviso. No solo la sociedad enloqueció, sino que también lo hicieron los medios de comunicación. De repente, se generó una carga de sobreinformación que se hizo inviable de asimilar para la ciudadanía que comenzó a vivir atemorizada. El virus se hizo con el protagonismo y era todo de lo que se hablaba y escuchaba en el país. Tan abrumadora pudo ser la experiencia que era casi imposible mantenerse al tanto de todo lo que sucedía y, a veces, incluso llegó a parecer que se vivía en una simulación. Los medios no supieron gestionar la situación y muchos de ellos antepusieron la cantidad a la calidad, obviando la dificultad que suponía para cualquier persona controlar el exceso de información. A su vez, estos se inclinaron hacía una información de carácter alarmista e, incluso, hacia el sensacionalismo que podían generar con historias personales críticas, lo que ha provocado desde entonces un estado de amenaza permanente en toda una sociedad. Aunque el periodismo funciona, en su mayoría, como una manera de entender lo que ocurre en el mundo, puede llevarnos también a un efecto contrario si dejamos que la información abarque toda nuestra vida cotidiana. Dicho esto, el coronavirus se convirtió en un conflicto que traspasaba la pantalla, una realidad que apareció en los hogares de todos los españoles porque había adquirido tanta forma dentro de la televisión que acabó siendo algo auténtico hasta instalarse en la mente aterrada de los adultos, de los jóvenes pero, sobre todo, de los ancianos. La situación tomó forma como una sobrecarga negativa por parte de los medios informativos que originó la sustracción enérgica de la mayoría de la sociedad. Esta fotografía es un claro ejemplo de ello. El virus ya no solo está en la calle, también se encuentra en cada pensamiento, en el salón de casa acompañándonos junto al miedo del “¿qué pasará?”.

La anorexia y la bulimia muestran su cara más amarga durante el confinamiento

Desde que la pandemia sacudió el bienestar mental de millones de familias, comenzó a ser imposible imponerse unos límites. El estrés y la ansiedad tomaron las riendas de los eternos días en confinamiento sin saber demasiado bien cómo aprovechar el tiempo. No había manera de gestionar las dificultades de estar encerrado sin visitar el frigorífico más veces al día de las previstas. Mientras para algunos presentarse en la cocina era tan solo una forma de entretenimiento en las largas tardes entre las mismas cuatro paredes, para otros se había convertido en una manera de evadirse de los síntomas de la ansiedad, un trastorno que traspasa más allá de lo físico hasta invadir lo emocional. Los más involucrados en este conflicto hacia su persona han sido los jóvenes, quienes, a raíz de una inevitable falta de autoestima y descalificación personal, los ha llevado a vomitar todo aquello que tras el atracón ingerían. Aunque existe una enorme resistencia para evitar este tipo de situaciones, la aparición de la COVID-19 ha creado problemas adicionales al de simplemente contagiar o ser contagiado, enfocándose frecuentemente en la reducción de los espacios íntimos, la intensificación de las actividades académicas o, incluso, la aparición de conflictos familiares. No resulta extraño que los niños puedan sufrir de trastornos alimenticios teniendo en cuenta la constante presión que se ejerce sobre ellos -fuera y dentro de las aulas- y que, fácilmente, los efectos de la pandemia podrían haber agudizado. El sentimiento de tristeza y desasosiego que puede venir a raíz de numerosas cuestiones sociales es solo un motivo más para dar pie a este tipo de desorden. Pasar hambre y que no ronden otros pensamientos que la necesidad de llevarse algo a la boca. Esta fotografía representa la idea expuesta, cómo la comida se puede convertir en algo en lo que pensar en exceso hasta tal punto que nunca es suficiente. Comer mucho o comer poco, o comer mucho para luego vomitarlo pero, eso sí, nunca saber cuando decir “basta”.

Yonquis del móvil

Lo que comienza siendo una simple afición para unos cuantos, puede pasar factura para otros muchos. Conforme pasan los años, la tecnología gana más y más peso, hasta tal punto que para gran parte de la sociedad se ha convertido en una gran adicción como podría ser el tabaco. El ser humano es prácticamente incapaz de vivir sin la compañía de las tecnologías, siendo víctimas del refrán: “todo en exceso es malo”, y no se equivocaban. Aunque sí es cierto que las tecnologías son protagonistas de muchas de las facilidades que la sociedad tiene en el día a día, como el tener cualquier información al alcance de la mano, también han dado pie a muchas consecuencias. El triste desenlace provocado por la erupción de Internet ha creado un distanciamiento en las relaciones interpersonales, provocando que las nuevas generaciones tengan graves problemas de integración social. Para muchos jóvenes es una quimera poder comunicarse con otras personas en entornos sociales en los que no exista una pantalla de por medio. Por ello, la crítica de esta fotografía se orienta hacia este efecto negativo, a la falta de control con respecto a las nuevas tecnologías ocasionando el deterioro de las relaciones y consiguiendo un aislamiento de la realidad y del entorno personal. Con este concepto se puede apreciar a la perfección como un aparato tan pequeño, como lo es un teléfono móvil, puede convertirse en un gran muro entre dos personas que pueden estar muy cerca físicamente pero a kilómetros de distancia emocionalmente, reflejando la cruda realidad que se desenvuelve en muchos hogares alrededor del mundo.

Las llamadas al 016

Hace poco más de un año que comenzó el estado de alarma; una pandemia que para muchas mujeres supuso más allá que un miedo al contagio, un infierno durante más de doce semanas. Aunque desde hace tiempo los casos de violencia de género en España se consideran un auténtico problema social al que dar una solución, inevitablemente el patriarcado sigue formando parte de nuestra sociedad. La cuarentena fue el escenario perfecto donde pudieron librarse las peores de las batallas para muchas mujeres, dónde no solo fue protagonista el abuso físico, sino el psicológico, aún más cuando ni siquiera había opción a contar lo que se estaba sufriendo. Esta representación visual de la violencia machista explica justo eso, el cómo las mujeres, una vez llegó el coronavirus a España, han tenido que soportar el peso de convivir con su pareja maltratadora sin poder pedir ayuda. No obstante, en tiempos de pandemia esta situación es aún más complicada porque todo el mundo parece ver desde afuera que las cosas están bien, que no hay nada de lo que preocuparse, aunque desde adentro ellas viven de la resiliencia. El hogar, una burbuja de protección y seguridad, se convierte en un entorno claustrofóbico, como una gran muralla que solo pueden ver y sentir aquellas mujeres que están dentro y la cual se transforma en mera apariencia desde fuera. En la fotografía, el espejo simboliza esa gran muralla, ese contraste y gran fachada que diferencia a la mujer dentro de casa y fuera de ella.

El virus de la credulidad

La constante desinformación que inundan los medios de comunicación es una realidad que persiste actualmente. La pérdida de credibilidad que ha alcanzado el periodismo en España tiene una estrecha relación con las denominadas fake news. Es más que razonable que la sociedad española haya desarrollado un recelo hacia la actividad periodística, teniendo en cuenta que una parte de este periodismo ha estado vinculado a la manipulación o a la deformación de la realidad para obtener un beneficio interesado de la mano de una cuestión comercial u ideológica. Por ello, la intencionalidad de esta imagen no es más que una crítica a aquella información que, por parte del periodismo -el cual juega un papel fundamental en el Estado de Derecho y de Democracia-, crea un estado de confusión e incertidumbre en los lectores ya que infunda la impresión de que nada de lo que se cuenta en el país es demostrable. Esta situación no solo genera un estado de escepticismo en la sociedad sino que también desarrolla la convicción de que la información compartida (y que puede no estar contrastada) es real, incitando así a consumir constantemente noticias o reportes trucados y, en la mayoría de los casos, planteando un serio desafío para distinguir la verdad de la mentira. Esto no es más que una clara evidencia que aún en el siglo XXI estamos sufriendo esta crisis del periodismo. Asimismo, el periódico quemándose en esta fotografía representa esa misma falta de credibilidad, esa desconfianza en la difusión de noticias por parte de los profesionales encargados de ello que puede llevar a cualquier persona, en el caso más extremo, a desvincularse de la prensa como tal o a tener al periodismo en el punto de mira.